Desde el punto de vista económico, a Turquía le conviene ser parte de Europa. Al mundo islámico también le conviene tener una nación musulmana, como Turquía, como su caballo de Troya en la Unión Europea. Sin embargo, lo que a Europa le interesa es tener a Turquía como miembro de la OTAN, para que sirva como colonia militar y como base para la Organización. A Europa no le conviene que Turquía se incorpore a la Unión Europea.

Turquía es un árbol que tiene sus raíces en Asia y cuyas ramas apenas rozan Europa. Por sus costumbres, sus tradiciones, su historia, su cultura, su conducta y sus inclinaciones, Turquía es un país oriental, musulmán y sunita. Incluso el alfabeto latino que ha adoptado no es verdaderamente latino. En realidad ha corrompido la ortografía del latín.

Turquía es la cuna del gran Imperio Oriental Hitita. Es el centro del extenso Imperio Otomano y la sede del Califato Islámico. Históricamente, Turquía siempre ha considerado a Europa una plataforma para la expansión y la conquista.

Durante 55 años, Turquía se esforzó para llegar a ser europea. Por motivos relacionados con la realidad que son mucho más fuertes que las expresiones de deseos, ha fracasado en ese empeño.

El acceso de Turquía a la Unión Europea es comparable a un intento de transplantar un órgano de un donante a un receptor que no tiene el mismo tipo de sangre y con el que no existe ningún vínculo biológico. ¡La única relación que tienen es que uno vive frente a la casa del otro!

Es posible que Europa, y en particular Alemania, se beneficien gracias a la mano de obra barata que ofrecen los migrantes turcos. Pero si esa mano de obra proviene de un Estado que es miembro de la Unión Europea, los trabajadores deberán contar con ciertos derechos que Europa no desea otorgarles.

¿Qué ganaría Europa si incorporara a un país oriental atrasado? El ingreso per capita anual de Turquía es de menos de 7.000 dólares. El más bajo ingreso per capita anual de Europa es de 19.000 dólares, y corresponde a España. En Alemania llega a 26.000 dólares. La tasa de mortalidad infantil de Turquía es de 45 por mil, en tanto que la de los países europeos es del 4 por mil. La inflación en Turquía es del 70%, en tanto que en Europa es del 2 o 3%.

Estas diferencias materiales se podrían superar con el tiempo. El riesgo que Europa no puede condonar ni afrontar es tener a Turquía como su caballo de Troya.

El problema no radica en la generación anterior de políticos turcos, que siguen considerando sagrados a Ataturk y su doctrina. El problema radica en la nueva generación. Los jóvenes que tienen acceso a canales de satélite y a Internet aprenden a toda hora de los eruditos del mundo islámico y de Bin Laden personalmente. No se puede prevenir esa influencia.

¿Y si miles de jóvenes turcos forman su perspectiva mundial a través de Bin Laden y sus seguidores, o del Mullah Omar y su grupo? Digo “si” simplemente para mitigar el golpe. Considerarán que Europa es tierra de infieles y que no merece más que una conquista contundente. No se detendrán a las puertas de Viena, tal como hicieron los otomanos. Van a querer atravesar el Atlántico. Van a seguir el ejemplo de Uqba Ibn Nafic, el comandante árabe, que se detuvo ante la costa del Atlántico y se dirigió al océano diciéndole: “Si supiera que en tu otra orilla vive gente, te cruzaría para conquistarla y para obligarla a adherir al Islam”. Uqba no sabía que del otro lado del océano existía un continente llamado América. Estos jóvenes saben muy bien lo que existe del otro lado del Atlántico.

Estos jóvenes se oponen a la abolición de la pena capital porque se la menciona en el Islam. Además, consideran que a los ladrones se les debe amputar una mano de conformidad con lo que ha dispuesto Dios. Los adúlteros deben recibir cien latigazos sin piedad. Para esos jóvenes, esos son los castigos que ha establecido Dios en su Libro.

No aceptan ni aceptarán que en Turquía se prohíba a los partidos que tienen nombres islámicos mientras que en el resto de Europa no están prohibidos los partidos que tienen nombres cristianos.

Los nuevos extremistas islámicos, que asumirán el poder en Turquía y controlarán sus calles, no aceptarán sumarse a una entidad en cuya Constitución no se menciona la Sharía islámica ni los castigos impuestos por la divinidad. Convencidos de que los anticonceptivos y la planificación familiar son pecados, los prohibirán por completo. Por consiguiente, podrían muy bien tener la mayoría en el Parlamento Europeo. Con la poligamia, Turquía podría llegar a ser más populosa que ningún país europeo.

Los islamistas turcos, con el respaldo de Al-Qaeda, piensan establecer Estados islámicos en Albania y en Bosnia. Europa, la tierra de los infieles, afrontará entonces la presión de un nuevo frente musulmán europeo que goza del respaldo del mundo musulmán. Europa deberá adherir al Islam o pagar las consecuencias. Los islamistas consideran que ese es su deber porque lo ven escrito en el Corán. Estas ideas podrán parecerles ridículas o risibles a algunos, pero para los islamistas esa es la misión que les ha encomendado Dios.

En Turquía el futuro les pertenece a los partidos islamistas y a los partidarios de Bin Laden. El número de personas que se afilian a los partidos islamistas, y en especial a los que se han creado recientemente en Turquía, es profundamente sorprendente. En pocos años se sumaron a uno de esos partidos varios millones de personas, entre ellos un millón de mujeres. Bin Laden y los mullahs serán los felices ganadores si Turquía se incorpora a la Unión Europea.

Además, Turquía llevará consigo a la Unión Europea su pesada carga de explosivos problemas, tales como el problema kurdo, los conflictos religiosos, la posibilidad de una guerra por las aguas del Tigris y del Éufrates, su pertenencia a la Organización de la Conferencia Islámica y al Grupo Islámico de los Ocho, así como los profundos vínculos de Turquía con los países musulmanes del Asia central.

Los seljuks, y después de ellos los turcos, son pueblos conquistadores. Conquistaron Anatolia. Conquistaron Constantinopla, y sus ejércitos conquistadores llegaron hasta Austria.

Podría haber optado por no formular esta advertencia. Podría haber decidido no revelar este panorama atemorizador. No obstante, mi responsabilidad por la estabilidad del mundo en general y por la paz y la seguridad del Mediterráneo en particular me impone el deber de darlo a conocer. La ribera meridional del Mediterráneo es árabe. La costa de Libia se extiende por 2.000 kilómetros. Lo que ocurre en la cuenca del Mediterráneo tiene consecuencias para mi país. Tenía que hablarle claramente al mundo acerca de esta cuestión de importancia estratégica. Sus reverberaciones afectarán a mi país y a nuestra región y convulsionarán al mundo entero. Tenía el deber de hablar antes de que sea demasiado tarde y antes de que se tome una decisión tan grave.